En busca del tesoro

La vida del ser humano se debate entre afanes, luchas, alegrías, tristezas, éxitos, frustraciones, amores, desamores; en fin tantas cosas que ocupan parte de lo que somos, de lo que soñamos, de lo que esperamos en cada segundo de nuestra existencia, para al final, volver a empezar y a repetir esas viejas rutinas que nos mantienen atados a cadenas invisibles que impiden nuestro crecimiento, nuestra verdadera realización.

Luchamos por tener, por adquirir bienes, por viajar, por disfrutar desmedidamente de un placer momentáneo, efímero que alegra el corazón por unos instantes pero que nos regresan sin remedio a la realidad que somos y vivimos.

Hay dentro de cada ser una convulsión interior difícil de entender y de manejar: fluctuamos entre la bondad y la maldad, la fé y la duda, la arrogancia y la humildad: ahora somos inmensamente nobles y al segundo, nos tornamos en indiferentes, así es esta naturaleza humana la que timonea nuestra vida y nos dirige.

¿Es el dinero, el poder, el placer la fuente de nuestra felicidad?, no parece, porque muchos lo tienen en abundancia y viven una pobreza interior que los desalienta, que los derrumba, que los detiene.

¿Es el conocimiento, los títulos académicos lo que nos da seguridad, estabilidad?, tampoco, pues hay muchos sabios y eruditos presos de sus pensamientos, de sus hipótesis, de sus paradigmas, de sus teorías y mientras más saben más solos se encuentran y buscan más, y más, y más y lo único que hallan es fastidio y desaliento.

Es cuestionable el camino del ser humano hacia la felicidad; busca por fuera lo que tiene por dentro. Se aventura a lo más difícil para ser feliz, sin embargo, esta felicidad está ahí, muy cerca, en el lugar donde Dios decidió establecerlo para que allí encontrara su felicidad e hiciera feliz a los suyos. Esa búsqueda sin fin del ser humano no es más que un vacío interior que nadie llena, que nadie satisface, pues en nuestro corazón, según San Agustín, hay un vacío que tiene exactamente la forma de Dios y si no lo llenamos seguiremos insatisfechos y solos.

Tenemos un mundo para disfrutar, una inteligencia para aprovechar y explotar, unos anhelos que se harán realidad en la medida en que dirijamos nuestra vida hacia ese ser maravilloso que calma la tempestad, que alivia los dolores, que nos restablece de las penas, de las tristezas; ese ser inmenso que habita en nuestro corazón y que solo tenemos que encontrar y aceptar para que nuestra vida se transforme, dé frutos en abundancia.

No busquemos por fuera, el tesoro està tan cerca que forma parte de nuestro ser. Nada de lo que buscamos puede llenar nuestra vida ya que ésta se nutre de momentos, de instantes que constituyen el compartir con los que amamos, en disfrutar del ahora sin atarnos al pasado y sin que nos atemorice el futuro. Nuestra vida es efímera, pende de un hilo muy débil; la fortaleza de nuestro vivir està cuando hacemos el bien, cuando damos lo mejor, cuando disfrutamos de las cosas sencillas y simples, esas que colman nuestro corazón de recuerdos hermosos e inolvidables.

Gastar la vida en la maldad, en rencores y egoísmos, en abusos, en corrupción, en violencias es morir lentamente y desaparecer para siempre. La eternidad se logra siendo buenos, solo ellos vivirán para siempre y dejarán huella de honra, digna de imitar, de replicar.

Necesitamos que los buenos de este país tomen su lugar y con dignidad empiecen a restaurar lo que queda después de tanta indolencia.

Si los buenos no responden, los malos ya tienen ganada la batalla y eso sería el final de nuestra vida ciudadana.

La grandeza de los pueblos se mide por la calidad de su gente, por sus obras de bien que se vuelven camino y ejemplo.

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