El tiempo: el más grande tesoro

¡Como pasa la vida! Cuando vivíamos nuestra infancia, el tiempo era interminable; entre una y otra navidad, pasaban y pasaban largos y eternos días, debe ser que cuando no vivimos esclavizados del tiempo, este se alarga y  quizá por eso, estábamos tan entretenidos en descubrir, sin afanes, el mundo de los grandes a través de los juegos infantiles.

Jugar era nuestra mayor ocupación: jugar a ser Papá y Mamá y muchos lo vivimos después, como una respuesta a nuestros anhelos inocentes: jugar a ser Maestros y lo fuimos, jugar a ser libres y volar como el viento; desafiar las alturas, la velocidad como en un juego de circo; ser grandes, siendo niños y entonces, el tiempo era largo, muy largo; teníamos tiempo de comer en familia; para muchas, el lugar preferido, era la cocina; allí había calor, ternura, cobijo, abrazos y en muchas ocasiones  comíamos sentados en las piernas del papá: Comerciante, Educador, Abogado o Labriego como el mío, un papá de nunca olvidar y un tiempo detenido, allí, en ese lugar tan recordado, donde nuestra mamá hermosa, desbordaba en atenciones y cuidados y los hermanos alegraban el momento con risas e historias.

Pasábamos largas horas en familia, escuchando historias y leyendas, hasta que el sueño nos vencía. ¡Qué tiempo tan maravilloso ese de nuestra infancia!

Ahora, el tiempo es diferente, nos absorbió en tareas inacabables, en el afán de 

producir dinero, en conseguir bienes ostentosos, en mostrar a los demás lo que somos y valemos y cuando menos lo pensamos ese tiempo se nos agotó, se volvió un tirano que fue acabando con lo más grande, con lo más supremo: la oportunidad de amar, de abrazar, de tomar el algo, las onces, de contar historias de familia, del pueblo; de cocinar juntos, a cuatro manos; todos cocinando el mejor alimento: miguitas de ternura, miguitas de afecto, de entrelazar el alma y dormirnos juntos, todos muy juntos.

El tiempo es el tesoro que una vez perdido, nunca puede recuperarse; pasa y se va y nos deja satisfacciones o vacíos, recuerdos hermosos o culpas eternas, las manos llenas de buenas obras o una soledad que nos agobia.

Así es el tiempo; ahora, en estas circunstancias que vivimos, qué bueno fuera recuperar  ese tiempo que perdimos en atesorar riquezas, en lograr poder y reconocimiento, que no tienen ningún valor, para empezar a ocuparlo en escuchar, en servir, en entender al otro, en apoyarlo, en disfrutar de los demás y reconocer la importancia de sus vidas, de sus obras.

Hoy, si pudiera recuperar ese tiempo que se fue, daría a mi padre y a mi madre muchos besos, muchos abrazos; les diría de muchas maneras, que mi corazón agradecido por siempre, está orgulloso de su obra, de su sacrificio, de su entrega; estaría más cerca de mis hermanos y compartiría con ellos toda mi vida; sería una mamá sin reproches, sin reclamos, sin condiciones; estaría más presente en todos los instantes de mis hijos; jugaría con ellos y rompería feliz las almohadas cuando en lucha libre, sobre las camas, hacían, con su papá, apuestas para ver quién vencía en el ataque; los tomaría de la mano con todo el amor y pacientemente, enfrentaría sus problemas, comprendería sus errores,  recorrería sus caminos y me alegraría con ellos sin medida.

Si ese tiempo volviera, estaría más cerca de mis amigos, compartiría sin afán cada minuto y les daría todo mi amor y agradecimiento.

Si ese tiempo volviera, tú y yo seríamos mejores personas, mejores seres humanos, mejores padres y madres; presentes siempre; nunca ausentes, generosos sin condiciones, veríamos en los otros a un hermano y no pasaríamos de largo ante sus necesidades y problemas, comprenderíamos más y seriamos más tolerantes y sensibles.

Ese tiempo no vuelve, se quedó como un espejo donde vemos reflejado, cada día, nuestro diario vivir, nuestro orgullo, nuestra arrogancia, la actitud indolente hacia muchas personas, la indiferencia ante las injusticias, atropellos, abusos que muchos han soportado sin que hayamos hecho algo en su defensa; en fin, tanto desamor en el que hemos vivido.

Es hora de aprovechar el tiempo que tenemos, este que vivimos ahora; un Ya, que es un instante, para dar lo mejor, para amar, para perdonar, para servir, para reconocer que el mayor tesoro es, este tiempo que tenemos, para enderezar la ruta de nuestra vida, esa vida que se nos acaba también en un instante.

Te propongo aprovechar cada instante en dejar una huella de grandeza, perenne, esa huella que se guardará en el corazón de todos aquellos con quienes compartiremos, de ahora en adelante, nuestra existencia, porque fuimos capaces de entregarles, como una donación suprema, Nuestro Tiempo: 

El Tesoro más grande, irrepetible y único.

Si les damos Nuestro Tiempo, les estaremos dando todo.

 

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