• OPINIÓN / Crisis institucional

    JOSE GREGORIO HERNANDEZLos acuerdos «finales» de paz del 26 de septiembre y del 24 de noviembre del año pasado;  el desacato a la decisión adoptada por el pueblo en el plebiscito del 2 de octubre; la mentirosa  figura de la refrendación «popular» que -extrañamente, y a ciencia y paciencia del órgano defensor de la Carta Política-  no votó el pueblo sino el Congreso; la infortunada reforma introducida por Acto Legislativo 1 de 2016; los deplorables y contradictorios  fallos de la Corte Constitucional;  las confusas reglas aprobadas  mediante el llamado «Fast track»; las medidas puestas en vigencia por el Presidente de la República mediante decretos con fuerza de ley, en uso de imprecisas e ilimitadas  facultades extraordinarias; los incumplimientos de las obligaciones pactadas, que se reprochan mutuamente el Gobierno y  las Farc…Todo eso ha significado un lamentable desbarajuste del sistema jurídico, y ha conducido a Colombia a una peligrosa crisis institucional, que -mucho nos tememos- va a ser cada vez más grave y se va a prolongar en el tiempo.

    Lo único cierto en el momento que vive la República es que nadie sabe cuál es la Constitución vigente -dónde comienza, ni dónde termina- porque la de 1991 ha sido adicionada por el texto del Acuerdo Final -310 farragosas páginas-, incorporado mediante «pepitazo»  al bloque de constitucionalidad y convertido en norma de máximo nivel y en referente obligado en todas aquellas materias sobre las que trata el mencionado instrumento, con el pretexto de «blindarlo».

    La estructura del Estado, completamente desordenada y en caos; el esquema de frenos y contrapesos, inexistente; los  mandatos constitucionales relativos a la manera como se aprueban los actos legislativos reformatorios de la Carta Política, totalmente inaplicados;  un Jefe de Estado y de Gobierno improvidente e impopular, para quien la observancia de la Constitución es similar a un juego de póker; un Congreso dependiente del Ejecutivo, cuyos integrantes solamente votan aquello que «les pagan» desde el Gobierno por la vía de la denominada «mermelada»; unos legisladores carentes de iniciativa legislativa y de facultades para modificar los textos de cuya aprobación se trata; una Corte Constitucional que no ejerce su función de guardiana de la integridad y supremacía del Estatuto Fundamental; el control de constitucionalidad, en manos de una corporación prácticamente desintegrada, con la mayoría de sus miembros en interinidad porque los llamados a  elaborar las ternas de candidatos a la magistratura no las elaboran, en el curso de un proceso politizado al máximo; escándalo de inmensas proporciones por cuenta de los sobornos y pagos de Odebrecht. Todo un estado de cosas revuelto e incomprensible. Un paréntesis abierto, por doce o quince años, en cuanto a la vigencia de la Constitución y de las leyes. En fin, lo que vivimos es una crisis institucional de la que difícilmente vamos a salir, y quizá solamente nos podrá sacar una Asamblea Constituyente.

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