La iguana cojea
En estos días han abundado las noticias sobre Ecopetrol. Todas malas. Los resultados del último trimestre son desalentadores: en utilidades, en producción, en cotización de su acción que ha caído casi un 30% este año, en transparencia, en gobernanza corporativa, en cuestionamientos de todo orden -todos graves- a su presidente. La iguana está cojeando.
Pero hay un aspecto sobre el cual se dice poco pero que resulta fundamental analizarlo para entender las tribulaciones que le están llegando a Ecopetrol: el aspecto ético y el equivocado manejo que se le está pretendiendo dar desde un puesto de comando que no es el correcto: la casa de Nariño.
Ecopetrol es una empresa de capital mixto en la cual, si bien es cierto el Gobierno posee el 88 por ciento del capital, no es menos cierto que tiene más de 250.000 accionistas pequeños y privados que detentan el resto del capital. Y resulta que el socio mayoritario no puede avasallar los mejores intereses de la empresa y de los accionistas minoritarios.
Y, por lo tanto, sus rumbos deben fijarlos las autoridades corporativas previstas para ello en la ley y en los estatutos de la empresa: el presidente de Ecopetrol, su junta directiva, su asamblea general. Pero nunca los caprichos del jefe de Estado.
Sin embargo, está sucediendo todo lo contrario: los miembros de la junta directiva y el presidente de la empresa no parecen observar los intereses fiduciarios que les incumben de velar por los mejores intereses de todos los accionistas (grandes y pequeños), sino que parecen estar más interesados en complacer los erráticos diktat del presidente Petro.
No menos inquietantes son los informes divulgados recientemente por Caracol radio, así como aquellos relacionados con Cenit. Todos ellos apuntan a que la politiquería y la corrupción pura y dura parecen haber comenzado a golpear a la iguana.
Los caprichos politiqueros y las opacidades éticas están llevando a prohibirle a Ecopetrol hacer buenos negocios (como era su participación accionaria en el proyecto del Perminan norteamericano) pero también la están forzando a hacer malos negocios. Tales como las múltiples iniciativas que le están imponiendo a la petrolera para meterla en actividades que no son del núcleo esencial de su negocio (recordemos el llamado de G. Petro a Ricardo Roa pidiéndole que se borrara de la cabeza todo lo relacionado con el petróleo).
Y esto es fatal para una empresa como Ecopetrol. El mercado ya ha percibido esta anómala situación y empieza a castigar con rigor esta malformación, que el presidente Roa y los miembros sumisos y con poco carácter que su junta directiva viene tolerando. La renuncia de Luis Alberto Zuleta y Juan José Echavarría que debió haber sido un campanazo de alerta parece que no sirvió para mayor cosa.
Desafortunadamente el rumbo que está tomando la empresa no difiere mucho de lo que sucedió con PDVESA cuando el régimen Chavista resolvió volverla una caja menor de los caprichos del palacio de Miraflores.
El llamado que hizo la semana pasada el presidente de la empresa para que inversionistas privados y el propio gobierno compraran acciones de la petrolera “ahora que están baratas” es la mejor muestra de la manera improvisada como se están tomando las decisiones corporativas.
Ahora, cuando las acciones de Ecopetrol están en sus bajos históricos, invitar al mercado para que haga el pésimo negocio de invertir en ellas ¿qué sentido tiene? ¿Cuál es el objetivo de pedirle al gobierno –agobiado por los problemas de caja y fiscales que tiene- para que incremente su participación en la empresa? ¿qué finalidad se busca? ¿Crecer aún más la estatización de Ecopetrol?
El precio de las acciones mejorará cuando los resultados y la gestión corporativa de la empresa se recuperen. No con medidas artificiales como la recompra de acciones por parte del gobierno, o de inversionistas escaldados que a estas alturas tienen perdida una buena parte de sus inversiones iniciales. El mercado no traga entero.
Columna originalmente publicada en la revista CAMBIO