¿Elige la persona su destino antes de nacer?
“Yo no les pedí a ustedes que me trajeran al mundo; ustedes decidieron hacerlo, así que tienen que aceptarme tal como soy”. Palabras más, palabras menos, este es uno de tantos reclamos que he escuchado de parte de algunos hijos adolescentes o ya adultos, como respuesta a sus progenitores cuando les cuestionan algunos comportamientos. Recientemente se volvió viral en una red social un video que un joven argentino grabó diciendo de manera textual lo siguiente: “Aunque tengo 21 años no estoy obligado a trabajar porque nací sin mi consentimiento”. Argumenta que sus padres no le consultaron si quería nacer, por lo que ellos deben correr con todos los gastos en su vida. Estos planteamientos, como se dice coloquialmente, tienen tanto de largo como de ancho, porque de aquí surge una pregunta fundamental: ¿quién elige nuestro destino y, especialmente, el lugar físico donde nacemos y los padres que tenemos? Algunos sostienen que esto es simplemente fruto del azar o lo atribuyen a la buena o mala suerte el haber nacido “con estrella o estrellado”, respectivamente. Otras corrientes de pensamiento se van radicalmente a la orilla opuesta y conceptúan que en el universo nada se da de manera fortuita, sino obedeciendo a unas leyes o procesos de causalidad asignados por un orden o una inteligencia superior trascendente.
Esta no es una cuestión de poca monta, por supuesto que no. En la larga historia de la civilización humana, cuando personas dedicadas a la observación de los aspectos no ordinarios de la condición humana planteaban la supervivencia de algunas dimensiones del ser, como el alma o la conciencia, simplemente se les consideraba esotéricos, metafísicos o poco serios. Estas personas que se atrevían a ir mucho más allá de lo que podían captar los órganos sensoriales o cuestionar las limitaciones que tiene el enfoque positivista o el método de indagación “científica” fueron cuestionadas. No obstante, en los últimos siglos ha sido la misma ciencia con sus hallazgos la que ha dado un impulso a formas integrativas u holísticas para comprender desde una perspectiva más amplia el complejo funcionamiento del universo y del ser humano. Un ejemplo de esto último es la conservación de la energía, también conocida como el primer principio de la termodinámica, descrito por el ingeniero y físico francés Léonar Sadi Carnot (1796 – 1832), que en resumen plantea que la energía en el universo no puede ni crearse ni destruirse, únicamente transformarse en otras formas de esa misma energía.
Un planteamiento final que dejo a mis consultantes y al joven argentino que culpa a los padres de haberlo traído al mundo es: ¿y si es la voluntad causal del universo o la propia energía o alma del sujeto la responsable de elegir las circunstancias en las cuales se encarna para cumplir un propósito kármico, como lo ha planteado la tradición espiritual de Oriente y que actualmente está siendo respaldada por hallazgos científicos en especial de la llamada nueva física o la mecánica cuántica? Un maravilloso panorama de indagación se despliega ante el ser humano.