
Lo maneja con un botón instalado en Medellín, como ocurre con muchas radios. Lo cursi, ridículo, ordinario, la aceptación de la vulgaridad, permiten escuchar – y de paso ver – las imposiciones mediocres de la nueva televisión que ofrecen por cable. ¡Una vergüenza! Invadido por un facilismo certero. El mismo sonsonete. La mal llamada tendencia.
La radio no se queda atrás. El chiste burdo, grosero se tomó el dial.
Maneja el espectro de una televisión por cable que pareciese no tuviese control alguno. No nos pertenece porque ni siquiera en ella nos vemos identificados. Nada extraordinario pasa. Una señal que regaña. Sin reacción porque es TV de una sola vía.
La historia sin recapitular de una televisión impuesta. Que no nos identifica, que no es nuestra, que en vez de descubrir valores y talentos, envilece. Sin contenidos locales, sin tener en cuenta a las audiencias. Sin programación en esta incipiente industria en un territorio Telecafé y de espectro locales de televisión comunitaria y de pequeños canales.
En Risaralda, “bajaron” los noticieros. Montan y corren espacios que producen rabia. Los últimos “experimentos” muestran “enlatados” de marca mayor subidos de tono. Licor. Televisión orgiástica, glúteos de hembras y hembros, tatuajes para mostrar, juventud arrodillada al clímax sexy y de “gastronomía” que induce al trasnocho. A la ruta de nuevas sensaciones. A viajar por un placer sórdido y equivocado. Con la anuencia de quienes “ahora prenden televisores”. Los nuevos clientes. Con licores como bar que cae al mar, al yate lujoso, a gorras y tendencias ruidosas.
Piscinas y escenas jabonosas. Licores que se riegan y borrachera sin par. Mostrar más para “romper fronteras y conquistar mercado”.
Acorralaron también la parrilla – como llaman la programación – entre ruidos musicales que “venden” escenas que repiten e incitan al morbo. La fórmula con un lenguaje visual y audio que parece un simulador. Es la juventud de América en un reality de sexo, licor abierto. Convertibles, tetas exuberantes, Cantina al hombro. Burdel. Escenas de riesgo con la bendición del silencio.
Me declaro mojigato, pesimista. Sin control sobre la televisión que ofrecen. A punto de pedir facultades para retirarme de ese “empaquetamiento” perverso que sube, sube, sube como un experimento injustificable. Sin respeto. De una pobreza crecida. La mala hora de la televisión local que a duras penas la salvan los noticieros.
Encapsulados con la fórmula barata de las Tres G: guerra, goles y glúteos. El formato ideal para envilecer.
UNE TELEVISIÓN no nos representa. Nos empobrece con esa escena puesta en un canal cada vez más foráneo. Lo grave es que ni siquiera lo disimulan.