Cuando el amor y la gratitud mueven el alma
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, cantaba Serrat, y ha sido la habitual actividad de un ser maravilloso emblema de la mujer manizaleña: distinguida, espontánea; hermosa en su presentación y única en su comportamiento, enamorada y agradecida con su Pacora nunca olvidado donde tenía raíces ancestrales de grandeza, con Salamina donde pasó parte de su niñez y con innumerables ciudades y municipios recorridos con entusiasmo y asombro de donde venía a traernos historias hermosas; imágenes invisibilizadas por nuestros ojos que en sus descripciones magistrales y encantadoras se hacían realidad, y era tal la magia de sus relatos que no era necesario conocerlos para admirar su belleza y su encanto.
Era cotidiano verle pasar como en una pasarela de gala por las calles de este Manizales improntado en su alma, en su espiritu acogedor lleno de energía que contagiaba a quienes se encontraba en su camino.
Pocas veces hacemos honor a nuestros amigos y hacemos público nuestro amor y reconocimiento, es algo así como un sentimiento profundo que llevamos oculto en nuestro corazón y que solo se hace presencia y realidad cuando sentimos que esa vida tan cercana a la nuestra está vulnerada por la enfermedad y entonces se agolpan recuerdos, instantes compartidos en familia, circunstancias difíciles enfrentadas junto a esa amiga solidaria, siempre presente: más que amiga, una hermana del alma que llegó y se quedó por siempre en nuestras entrañas y recuerdos.
Hoy con profundo amor y agradecimiento, con la fe que es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, incontables amigos y amigas, entre ellos mis hijos que crecieron a su lado, pedimos al cielo que los pasos y la grandeza de alma de Norma Botero Álvarez vuelvan a engalanar las calles y la vida de esta tierra que amamos.