Los sufrimientos heredados

Uriel Escobar Barrio

“Lo que no se dice se hereda.” Esta frase, que durante años pareció poética, hoy encuentra sustento científico. Cada vez hay más evidencia de que los traumas vividos por nuestros ancestros pueden dejar huellas que atraviesan generaciones, influyendo en nuestras emociones, comportamientos y hasta en la salud física. A este fenómeno se le conoce como herencia transgeneracional del trauma o, en términos más técnicos, transmisión epigenética del sufrimiento. Hasta hace poco, se creía que heredábamos únicamente los genes, es decir, los fragmentos de ADN que determinan características como el color de los ojos o la estatura. Sin embargo, la epigenética —una rama reciente de la biología— ha demostrado que los genes no lo son todo. También se transmiten las marcas que dejan las experiencias en la expresión de esos genes. Estudios realizados con descendientes de sobrevivientes del Holocausto, de guerras o de hambrunas han mostrado alteraciones en los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y en ciertos genes relacionados con la respuesta emocional. Estas modificaciones epigenéticas no cambian la estructura del ADN, pero sí regulan cómo y cuándo los genes se activan. En otras palabras, el trauma de los abuelos puede “encender” o “apagar” mecanismos de ansiedad, miedo o tristeza en los nietos.

Desde la psicoterapia, este fenómeno fue explorado mucho antes de que la ciencia lo confirmara. El terapeuta alemán Bert Hellinger, creador de las Constelaciones Familiares, propuso que cada familia funciona como un sistema interconectado donde los conflictos, duelos o exclusiones no resueltos tienden a repetirse inconscientemente en las siguientes generaciones. Su método permitió visualizar cómo cargamos emociones o destinos que no nos pertenecen, pero que buscan ser reconocidos y reparados. Uno de los autores más reconocidos en este campo es Mark Wolynn, director del Family Constellation Institute en Estados Unidos. En su libro Este dolor no es mío (It Didn’t Start With You), Wolynn explica cómo los patrones emocionales de ansiedad, depresión o enfermedad pueden tener raíces en historias familiares no contadas: pérdidas tempranas, abusos, migraciones o traiciones. Su enfoque combina la psicoterapia, la neurociencia y la epigenética, ofreciendo así herramientas para identificar esas heridas invisibles y transformarlas.

La reparación del trauma heredado no implica borrar el pasado, sino reconocerlo, comprenderlo y resignificarlo. Las vías de sanación pueden incluir la psicoterapia individual, el trabajo sistémico, la escritura terapéutica, la meditación o el acompañamiento psiquiátrico, cuando existen síntomas clínicos. En todos los casos, la clave está en traer a la conciencia lo que fue silenciado, para liberar a las generaciones futuras de repetirlo. El sufrimiento puede transmitirse, pero también puede transformarse. Comprenderlo no solo nos invita a mirar hacia atrás con compasión, sino también a asumir que sanar es un acto colectivo, una forma de honrar a quienes nos precedieron. Cuando un miembro de la familia elige sanar todos los que vinieron antes, los que vendrán después respirarán un poco más libres. www.urielescobar.com.co

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