OPINIÓN / ¡Ni un paso atrás; siempre adelante!

28103044Serpa«La guerra es lo peor que puede sufrir un pueblo»: senador Horacio Serpa.

En 1821 ya éramos una nación libre, independiente y con Constitución. Inició la República y todos querían una vida tranquila, con satisfacciones. ¡No fue así! nuestros antepasados se dedicaron a la guerra. Hasta 1901 se libraron 20 guerras entre hermanos, por política, por religión, por regiones, por cualquier cosa. Miles de muertos, destrucción, miseria, atraso, como todas las guerras.

Antes de que se curaran las heridas en la política y en el alma, volvió la violencia en 1930. A partir de 1946 se incrementaron la sangre y los resentimientos entre liberales y conservadores. 300.000 muertos.

Con el Frente Nacional en 1958 se creyó en una patria tranquila, sin sectarismos, con espacios para unos y otros. Muchos quedaron por fuera y se dejaron bastantes cabos sueltos. Seis años después regresó la violencia, vestida de política y de reclamos sociales. En 1964 nacieron las Farc y el Eln, con otras guerrillas que se sumaron a la subversión. Después de 500.000 muertos y cinco millones de víctimas adicionales siguen activos los farianos y los elenos. Es la guerra que el Presidente Santos quiere acabar en La Habana.

La guerra es lo peor que puede sufrir un pueblo. Guerra es perversidad, traiciones, deslealtad, miseria, mutilados, desplazados, muertos. Las mayores víctimas de todas las guerras son lo humanitario, la verdad y el bienestar. Lo sufrimos en Colombia.

Las Farc acaban de violar su propio cese al fuego unilateral. Mintieron y mataron. Ahora, como los gatos, tratan de tapar su porquería con un tierrero de falacias y sinrazones. El gobierno respondió reanudando los bombardeos y reclamando términos para concluir la negociación. El país está rabioso e inconforme. La oposición de derecha se aprovecha de la sangre derramada para lograr beneficios electoreros. La historia de siempre.

¿Se deben cancelar los diálogos de Cuba? es una posibilidad. Sería seguir con el conflicto armado a cuestas, con sus realidades de asaltos, muertos, secuestros, mutilados y la inversión del presupuesto nacional en gastos indescifrables e interminables de defensa nacional. Seguirán la desigualdad y la perversidad en su máximo esplendor.

La otra posibilidad es continuar las conversaciones en medio de la guerra. Conversar, golpear y recibir, porque la guerra las gana el que más duró dé, el que más mate, el que más daños haga. Hasta que el uno destruya al otro o hasta que juntos se vuelvan a sentar a negociar. No hay más salidas.

Lo mejor es que sigan conversando y que se consiga hablar con los elenos. Habrá más desgracias hasta los acuerdos, pero si se alcanzan ahorraremos a nuestros hijos y nietos las víctimas y tragedias de los próximos 10 años, cuando de nuevo otro gobierno se atreva a hablar de paz.

Una cosa es gritar, hacer declaraciones facilistas y aprovechar politiqueramente el drama que sufrimos, y otra es consagrarse a la lucha por la paz. Santos y su gobierno lo hacen y tenemos el deber humanista, cívico, constitucional y político de apoyarlos. ¡No nos podemos equivocar!

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