OPINIÓN / La verdadera historia del caballo blanco

ORLANDO CADAVIDRAM / No vamos a ocuparnos de cabalgaduras tan famosas como Palomo, del libertador Simón Bolívar; de Rocinante, el jamelgo del Quijote de La Mancha; de Siete leguas, el caballo que Pancho Villa más estimaba; de Incitatus, el de Calígula, que lo hizo cónsul del imperio romano; de Bucéfalo, el de Alejandro Magno; de Babieca, el de El Cid Campeador; de Othiar, el de Atila, que donde pisaba, no volvía a crecer la hierba y de Marengo, de Napoleón Bonaparte.

Tampoco hablaremos de ¡arre, Plata!, el caballo de El Llanero Solitario; de Diablo, el del Fantasma o el Duende que camina; ni de los cuadrúpedos en los que galopaban en el cine para frenesí de la chiquillería matinal Durango Kid, Hopalong Cassidi, Roy Rogers, El Zorro, que lo llamaba Tornado; de Todos los Caballos Blancos, de León Gieco y del ejemplar consentido por el dictador boliviano Manuel Mariano Melgarejo, quien le llenaba la gran tina de su baño particular de espumosa cerveza para que bebiera parejo con él. Este loco pasó a la historia como el peor presidente de su país.

Entramos, pues, en materia: Esta es la verdadera historia del corrido de ‘El caballo blanco’, tal vez la más famosa de las mil canciones rancheras del popular compositor e intérprete mejicano José Alfredo Jiménez Sandoval, nacido en Dolores Hidalgo, provincia de Guanajuato, el 19 de enero de 1926, y fallecido el 23 de noviembre de 1973, en Ciudad de Méjico, a los 47 años de edad.

La obra musical llama la atención del Contraplano porque no fue dedicada a un equino sino a un automóvil que el charro quiso con locura, según lo cuenta su biógrafo colombiano Jairo Jaller Chamat, un ingeniero agrónomo, oriundo de Montería, que trabó gran amistad con doña Paloma Gálvez, la viuda del canta-autor, en sus visitas a tierras aztecas, donde acopió valiosa información gráfica y escrita para su libro, titulado “El Rey”.

Leamos, por favor, esa parte de la historia: “Otro motivo que inspiró a José Alfredo para componer, aunque parezca extraño, fue su propio automóvil, un Chrysler blanco, modelo 1957, que durante su gira por el norte y costa pacífica de la República de Méjico se descompuso causándole una serie de problemas, hasta el punto que el  empresario Miguel Aidrete, por cuestiones económicas, los abandonó en Los Mochis (Sinaloa). José Alfredo empeñó el coche en Los Mochis para poder pagar hospedaje y alimentación en el Hotel Santanita. Empezaron a trabajar en el Valle del Yaqui, reunió dinero suficiente y envió a Benjamín Rábaco Lozano (el noble jinete) por el automóvil blanco en el que llegaron a Ensenada y posteriormente regresaron a Ciudad de Méjico. Y como esta odisea automovilística, que comenzó en Guadalajara y terminó en Ensenada, Baja California, José Alfredo utilizó el mismo itinerario en su corrido El Caballo Blanco. El solía escribir sus canciones bajo un estado anímico especial o inspirado por algo o por alguien”.

La inspiración del hijo del boticario de Dolores Hidalgo se pone de manifiesto en la letra de su famoso corrido:
Este es el corrido del caballo blanco/ que en un día domingo feliz arrancara/ iba con la mira de llegar al norte/ habiendo salido de Guadalajara.

Su noble jinete, le quito la rienda/ le quitó la silla y se fue a puro pelo/ cruzó como rayo, tierras Nayaritas/ entre cerros verdes, y lo azul del cielo/.

A paso más lento, llegó hasta Esquinapa/ y por Culiacán, ya se andaba quedando/ cuentan que en los Mochis, ya se iba cayendo/ que llevaba todo el hocico sangrando.

Pero lo miraron pasar por Sonora/ y el valle del Yaqui le dio su ternura/ dicen que cojeaba, de la pata izquierda/ y a pesar de todo, siguió su aventura.

Llegó hasta Hermosillo, siguió p’a Camorca/ y por Mexicali sintió que moría/ subió paso a paso, por la Rumorosa/ llegando a Tijuana, con la luz del día.

Cumplida su hazaña, se fue a Rosarito/ y no quiso echarse hasta ver Ensenada/ y este fue el corrido del Caballo Blanco/ que salió un domingo de Guadalajara.

La apostilla: En tiempos de la dominación bipartidista, cuando algún gobernador de Caldas no le marchaba a su antojo, el senador Barco recibió esta sugerencia de uno de sus adláteres: “Quéjese ante el ministro de gobierno”. “Eso, jamás… para estos menesteres, yo hablo con el jinete (el presidente Turbay) y no con el caballo (Germán Zea)”.

ocadavidcorrea@gmail.com

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