OPINIÓN / El jefe Jaime Salazar Robledo

CABEZOTE alvaro rodriguezDonde Jaime Salazar Robledo estuviese vivo, estaría preguntando hoy, 25 años después  de su brutal asesinato, por los escombros del partido conservador.

Este 26 de julio, se cumple un cuarto de siglo de su inesperada partida ( abogado de 69 años). ¿Cómo olvidar ese ataúd reposando entre el llanto de su militancia? ¿Bajo el heraldo de la humildad aporreada con este crimen? ¿Esperando el entierro entre la sangre asesina?

¿Entre las balas que asesinan como cátedra de muerte que han impuesto bajo el terror y la impunidad?

A este Salazar humano, se le robaron la placa –  reconocimiento  empotrado en plena vía pública (calle 21 entre carreras 7ª y 8ª) para fundirla en el olvido -. Para que su asesinato quedara en la complicidad de la política oscura que huele fétido, al no dejar correr la máscara que delata.

¿Es pobre esta clase dirigente conservadora que anida hoy en los rescoldos del Risaralda? ¿Hay partido que convulsiona entre el espectro de una elección cruzada por una hibridación sin nombre? ¿Qué le pasa a este azul prusia ortodoxo, disciplinado, de entonces? ¿Hay egos sin partido? ¿Se compadece un delirante partido conservador donde los alcaldes surten sus propias alforjas, sin rendir cuentas?

¿Dónde diablos – como el viejo trapo rojo – está ese liderazgo firme, claro, honrado que sudaba ideología?

¿Han fracasado estos dirigentes omnipotentes amangualados con sus despropósitos, abandonando a sus anchas a ese pueblo?

¿Es el conservatismo un partido sin jefes? ¿Sin orientación alguna, estrujado, vilipendiado. Negociado? ¿Dónde están sus concejales y diputados, alzando sus voces para frenar la hemorragia? ¿Cuál es el toque moral hoy?

Este conservatismo de Salazar (Social, popular y populista y ospino pastranista, que comulgaba pueblo, el de los desvalidos)   que se encontraba en veredas, barrios, que alpargatiaba pueblo, sentía el pueblo y le escuchaba, era una doctrina social amparado en un trabajo barrial.

Salazar se murió siendo Jefe. Reclamaba con sed de pueblo un Cambio Social como un precursor de la época. Por eso creó su propia versión conservadora como un anticipo de un nueva religión azul: la del pueblo raso.

El otro (Unificación), era un conservatismo sin vacíos pero con hartos desafíos. Ala oficial de etiqueta. De clase, en el mejor sentido de la palabra. Pregonó un conservatismo ético que no empujaba ni era partícipe de emboscadas..No es sino recordar a Isaza, Escobar ( el padre del concejal Álvaro) el propio Germán Martínez y otro puñado de excelsos hombres  que sumaban decencia. Probos, Pulcros. Sin tacha. Eran respetados. Tenían virtudes como derroche de sus acrisoladas hojas de vida. No tenían prontuario. Todos ellos arropados en una exquisita y bien servida  cultura de la decencia.

Eran líderes en serie, en una Risaralda grande.

Una extraña bifurcación entre radicales y doctrinarios bajo el compás de Álvaro Gómez  y el otro de Mariano Ospina, de Berta.

La famosa tenaza como una  advertencia intrínsica de un desequilibrio de poderes que atravesó la historia política del Risaralda. Herencia nacional de un partido al que sus jefes lo dividen para repartíselo.

El conservatismo poseía etiqueta propia en Risaralda, que no se equivoquen. Risaralda olía a Partido Conservador. Tenía fuerte anclaje en sus fecundas bases y no se iba por lentejas o por monedas espurias.

Ahora, merece algún pronunciamiento el trato indigno dado por el ex presidente Uribe en el apoyo brincado al Partido Conservador. El trapecio no puede ser mas estrecho y denigrante con un partido que le dio todo en las urnas.

Sus cimientos fueron construidos con honestidad. De tu a tu, a voto limpio con un liberalismo que volcaba en las urnas endoso de pueblo. Como el azul, no era de cambalache. Ni de casino. No olía a abandono. Ni de concesiones, que quede claro.

Un crimen sin justicia como tantos otros que ampara la ruleta de lo oscuro.

En cualquier momento se detiene y mata. Desde muchas orillas.

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